*El presente texto fue publicado, originalmente, en el número 1 de la Revista Patrimonio Guadalteba (año 2006) y trata sobre el yacimiento ibérico del Cerro de los Castillejos y algunos hallazgos arqueológicos relacionados con él. Su autora, Elena Ortuño, es arqueóloga y miembro de la Asociación Hisn Atiba. Ha participado en diversas excavaciones en distintos lugares de España y, actualmente, realiza el Inventario del Museo Histórico Municipal de Teba. 
      Resumen.
      La escultura ibérica es una encrucijada de modelos orientales, con técnicas  griegas y mentalidades indígenas. La religión íbera es una encrucijada de  creencias anteriores, con sistemas de representación foráneos y con una nueva organización  social que requiere de nuevos sistemas de legitimación. El Cerro de los  Castillejos es una encrucijada entre vías comerciales y de ideas. Éste es pues,  el estudio de una encrucijada. 
      Palabras clave.
  Teba, Cerro de los Castillejos, Iberos, religión indígena, ídolos antropomorfos.
       
      Situada en el centro de la cuenca baja del Guadalteba nos encontramos con  el sitio de Teba, principal vía de comunicación natural entre la zona Este y  Oeste de las Cordilleras Béticas, enmarcada al Norte por la Sierra de Zorrito  que la separa de la cuenca del Guadalquivir; al Sur por la Sierra de Ortegicar  con el Cerro de la Higuera, la Cámara Alta y la Loma de las Aguilillas; por el  Este tenemos el arroyo del Chumbo que rodeando Campillos nos enlaza con la zona  de Antequera; y, por último, al Oeste con la cuenca alta del Guadalteba.
      Ha sido esta situación geoestratégica la que ha llevado a las tierras de Teba  a actuar como auténtica encrucijada de caminos entre los principales focos de desarrollo  cultural en el Sur peninsular (Figura 1), conectando:  la depresión de Ronda con los llanos de Antequera, siguiendo el surco  Intrabético en sentido Este-Oeste (A); con la bahía de Cádiz, a través del Río  Guadalete por mediación del Río Corbones al que accedemos a través del Río de  la Venta, afluente del Guadalteba (B); con la  campilla sevillana, a través del Río Guadaira, afluente del Guadalquivir (C); y,  por último, con la zona de la costa malagueña a través del valle del  Guadalhorce (D).
      
      Fig. 1.  Rutas desde Teba
      Esta situación favorable, unida a la benevolencia en recursos naturales de  sus suelos, ha llevado a que la zona de la cuenca del Guadalteba estuviera  densamente poblada desde los momentos iniciales de la Prehistoria,  encontrándonos con evidencias antrópicas en Nina, las terrazas de Peñarrubia o  Cueva de las Palomas (adscrito latu sensu al Epipaleolítico en sus estratos mas antiguos). Del Neolítico se han  documentado restos en el Abrigo del Cortijo del Tajo, el Abrigo de la Sierra de  Peñarrubia, en el Cortijo de Nina, también en la Cueva de las Palomas y en  Llano Espá (en la salida Norte del Tajo de Torró)(1).  Transitando ya el III milenio a.C. tenemos asentamientos como los de La  Cuevecilla, Cerro de la Corona, La Lentejuela y la Necrópolis de Ortegicar. Y  en el II milenio tenemos yacimientos como Cerro de la Horca y la Necrópolis de  las Aguilillas.
      El desarrollo de este proceso histórico desembocó, en la Prehistoria  Reciente, en un temprano establecimiento de relaciones de tipo comercial con  otros núcleos poblacionales, como los de la zona del Guadalquivir, dándose, en un  primer momento, la comercialización de láminas prismáticas de silex, por la  riqueza en este tipo de material de la zona de Teba. Este hecho es fácilmente  comprobable por la abundancia en elementos silíceos que se han encontrado en la  zona y de los que tenemos un considerable número de ejemplos en su Museo Histórico  Municipal. 
      En un segundo momento, cuando el uso del silex entró en franca decadencia  (salvo para algunos elementos como los dientes de hoz), se ha planteado la  presencia en la zona de prospectores metalúrgicos que contactarían con  poblaciones aún en niveles megalíticos(2). 
      Por motivos de espacio no podemos centrarnos, en este momento, en las  discusiones sobre los usos de los, para nosotros, obsoletos conceptos de  “aculturación” de las poblaciones indígenas aunque sí consideraríamos de  relevancia un estudio pormenorizado de los procesos de etnogénesis de las  poblaciones de las tierra de Teba, al estar situada en plena ruta de  comunicación de dos grandes centros de exportación (bienes de prestigio) e  importación (productos agrícolas y ganaderos): la zona del Guadalquivir y la  costa malagueña.
      La importancia del estudio de las interacciones entre poblaciones exógenas  y autóctonas en un espacio concreto ha quedado historiográficamente patente por  los numerosos trabajos realizados hasta la fecha. Esta coyuntura de interacción,  en un marco territorial concreto fue planteado por primera vez, de forma  expresa, por la Dra. Maria Eugenia Aubet(3) en 1993, para el caso concreto de la costa malagueña, y de la repercusión en  las poblaciones indígenas de esta zona, al entrar en contacto con las  poblaciones fenicias. 
      Aubet, en su estudio del yacimiento del Cerro del Villar, analizó la existencia  de otros asentamientos (San Julián y el Campamento Benítez), que gravitaban en torno  al principal, actuando como cabezas de playa en tierra firme. Estos  asentamientos periféricos intervendrían como intermediarios con respecto a los  asentamientos indígenas cercanos (la Loma del Aeropuerto), en una especie de  ruta comercial a distancia, con los grandes poblados indígenas del interior (valle  del Guadalteba), que gozaban de suelos ricos en margas y arcillas en  contraposición con  los escarpados  macizos montañosos del litoral malagueño, nada aptos para el cultivo.
      Esas zonas del interior eran muy adecuadas para el cultivo del trigo y de  la cebada y generaban una rica producción maderera e hidráulica favorable para  las labores alfareras, que se han documentado, entre otros lugares, en Los  Castillejos y Huertas de Peñarrubia, desde la Prehistoria Reciente. 
      Si unimos el hecho de tener suficientes cultivos de trigo y cebada en estos  hábitats del interior, hasta el punto de que pudiera generarse un excedente,  con el hecho de contar con la producción alfarera necesaria para el transporte  de dicho excedente, y con el hecho de que ya  se hubieran establecido relaciones con el  entorno del Valle del Guadalquivir, tenemos, pues, esbozada una red de asentamientos  que seguirán manteniendo su importancia cuando desde finales del siglo VII a  mediados del siglo VI a.C. nos encontremos en un proceso histórico en el que  surjan una serie de “estados” ibéricos, con unos centros de poder ubicados en  oppida, a lo largo de las rutas de conexión del interior con la costa. 
      Esta red de oppida, de asentamientos menores, y de torres, mantendrá una  organización territorial, mediante el control visual de las rutas de paso y de  comercio, a través del dominio de unos oppida sobre los demás, como ha constatado  el estudio de las características de los mismos: el tamaño, la calidad de los  materiales encontrados, el territorio de producción de sus alrededores, sus  recintos fortificados y, como pretendemos demostrar con este estudio, por sus  centros religiosos.
      En el valle del Guadalteba nos encontraríamos con tres asentamientos  indígenas paradigmáticos para el estudio de estas rutas de conexión: Huertas de  Peñarrubia, el Castellón de Gobantes (Campillos) y Los Castillejos (Teba). Pero,  ¿cuál sería el papel desempeñado por cada uno de estos asentamientos dentro de  esa ruta?
      Huertas de Peñarrubia(4) fue localizado en 1993, al producirse una  disminución en el nivel de las aguas del embalse del Guadalteba que sacaron a  la luz las estructuras de 6 o 7 viviendas de planta ovalada. Su pertenencia a  esta ruta, que venimos defendiendo, se evidencia por el descubrimiento de una  serie de ánforas de gran tamaño y gruesas paredes a mano, que se han vinculado tipológicamente  con las ánforas de los poblados del Bronce Final y Orientalizante del Bajo  Guadalquivir, incluido por Pellicer en un Bronce reciente III B que se fecha  entre el 650 y el 550 a.C.(5). 
      También resultan apreciables las semejanzas en su tipología con las ánforas  de los talleres fenicios de la costa. Pero, el hallazgo de una serie de núcleos  prismáticos de sección triangular y pequeño tamaño, como los encontrados en  Montilla (en la desembocadura del Guadiaro) y que parecen indicar la existencia  de hornos cerámicos que se construirían con estas piezas, nos lleva a  plantearnos la hipótesis de que estas ánforas no se importaran de colonias  fenicias de la costa  si no que se  adoptara el uso de estos modelos por parte de los indígenas, siendo, por tanto,  un asentamiento que exportaba productos agrarios dentro de ánforas decoradas al  modo de las poblaciones que las consumían o como un bien de prestigio, si había  la demanda suficiente de familias que querían adquirir esta tipología de ánforas  como elementos definidores de su estatus.
      El Castellón de Gobantes está situado  en la confluencia de los ríos Guadalteba, Turón y Guadalhorce y goza de una  inmejorable situación estratégica sólo superada por el Cerro de Los Castillejos.  Este asentamiento fue excavado por los arqueólogos García Alfonso, Morgado  Rodríguez y Roncal los Arcos en abril de 1993 y se detectaron tres niveles:
      
        
          - Una necrópolis       ibérica, en avanzado estado de expolio.
 
        
       
       
      
        
          - En el corte B       del nivel II se halló el derrumbe de una vivienda que evidencia una       ocupación continuada hasta la llegada de Roma. En este corte aparecieron       fragmentos de cerámica bicroma muy similares a los encontrados en Cerro       del Villar, colonia fenicia de la costa malagueña.
 
        
        
          - En el nivel III       aparecieron viviendas circulares similares a las de Acinipo, Ronda(6).
 
        
       
      
      Fig. 2. Vista del Cerro de Los Castillejos 
      La localización de este asentamiento y los mencionados hallazgos cerámicos de  tipo fenicio, evidencian una utilización principalmente estratégica del  asentamiento, que lo contrapondría  al  caso de Huertas de Peñarrubia, que parece tener principalmente un carácter de producción  agraria, y, lo asimilaría al Cerro de Los Castillejos.
      Los Castillejos de Teba (Figura  2), situado en el  valle medio del Guadalteba y a tan sólo cuatro kilómetros del núcleo de Teba ha  sido estudiado por miembros de la Universidad de Málaga, como el Dr. Fernández  Ruíz y el Dr. Rodríguez Oliva y por otros autores como Recio Ruíz y el Dr.  García Alfonso, especialmente. Pero a pesar de la relevancia de este  yacimiento, puesta en evidencia por los estudios de los autores anteriores,  muestra un lamentable estado de abandono y de expolio, explicable, entre otras  razones, por las labores de cantería y explotación de sus calizas rosáceas, por  la construcción del camino que ha destruido parte del yacimiento, por labores  agrícolas incontroladas y por el intenso expolio al que ha estado sometido  desde hace décadas.
      Morfológicamente está configurado como un espolón rocoso,  dividido en tres terrazas estrechas y alargadas que se elevan entre los 510 y  las 609 metros sobre el nivel del mar y unos 100-150 metros sobre las tierras  llanas que la franquean y que le dan una gran riqueza agrícola. Al este del  yacimiento se realizó una cata arqueológica en 1993 por García Alfonso, Morgado  Rodríguez y Roncal los Arcos(7),  la única intervención realizada hasta el momento, y que sacó a la luz restos de  cerámicas que corresponderían al Bronce Reciente III de Pellicer con una  fechación en torno al 750-650 a.C. y tres fragmentos de cerámica orientalizante,  que dan una ocupación para el asentamiento desde el siglo VIII a.C. y con una  clara intención de continuidad en el tiempo, como demuestra la sucesión de  suelos artificiales en las viviendas que se han encontrado.
      
      Fig. 3. Mapa topográfico de Los Castillejos
      Toda la información arqueológica que nos ofrece Los  Castillejos de Teba(8) evidencia que, en el valle medio del Guadalhorce, el centro de poder debió de  ubicarse en este asentamiento, desde donde se domina un amplio territorio por  medio de oppida menores como el Castellón de Gobantes y desde donde se  controlaría la ruta entre el valle del Guadalquivir y la zona de la costa  malagueña, conformada, en parte, por asentamientos de producción de excedentes,  como Huertas de Peñarrubia(9). 
      La culminación de este proceso de conversión de Los  Castillejos en el centro del poder de la zona del valle del Guadalteba debió de  producirse entre finales del siglo VII y la primera mitad de VI a.C., momento  en el que pudo ser erigida la primera muralla que defiende la zona más  accesible del cerro, la terraza más baja del este, y que demuestra una  intención defensiva en un momento histórico en el que también se amurallaron  otros lugares como Ategua, Castro del Río, Puente de Tablas, Silla del Moro,  etc. 
      Nos movemos pues en un mismo proceso dinamizador que  llevó a la formación de sociedades más complejas y estratificadas frente a la  irrupción de elementos exógenos, quizás no sólo con intenciones comerciales,  sino expansivas, frente a las que hay que defenderse y reafirmar el propio poder  del oppidum. Ambas finalidades se cumplirían, para nosotros, con la realización  de esta muralla, ya que defiende la terraza más baja de Los Castillejos, pero  también sirve como elemento de prestigio que deja constancia de la fuerza y el  poder del oppidum, en un momento histórico caracterizado por la conflictividad  dentro del mundo indígena, de las que también tenemos constancia por las  fuentes clásicas, como el caso de Macrobio que nos narra en sus Saturnales el intento de toma de Gadir  por el rey turdetano Theron(10).
      Con el cambio de circunstancias, en el siglo V a.C., se produjo  en Los Castillejos una especie de contracción hacia el interior del hábitat,  con un abandono de la primera muralla, que se utilizaría como necrópolis y la  construcción de la muralla correspondiente al Ibérico Pleno, que se centraría  en la zona más elevada del cerro, actuando ya como una auténtica acrópolis y  centro de poder político y religioso, situándose las necrópolis fuera del  recinto amurallado (Figura 4). 
      
      Fig. 4  Ortofotografía con los elementos de Los  Castillejos y el lugar de hallazgo de los “idolillos”.
      Los restos que quedan visibles de la muralla nos indican  una periodización de mediados del siglo IV a. C. en adelante. Fechación que  conocemos gracias al uso en su construcción de novedades de la poliorcética  macedónica, que se caracterizaba por el uso de modelos defensivos impulsados  por los cartagineses, cuyo ejemplo paradigmático es el Castillo de Doña Blanca  fechado, para estos estratos, en los siglos IV-III a.C.
      El nuevo recinto amurallado se ubica al Oeste ocupando la  parte más alta y estrecha en forma de espolón, escalonándose en sentido  Este-Oeste con una altura entre los 546 y 609 metros, una anchura que va de los  50 a los 90m y una longitud de unos 550 metros. Con un perímetro total de unos  1200 metros(11), la muralla  se construye a hueso con grandes piedras y otras de menor tamaño y alargadas,  usadas como calzos, inclinándose hacia el interior para dar mayor estabilidad  al muro.
      Lamentablemente nos encontramos con que los procesos  erosivos están poniendo en serio peligro los restos de la zona Oeste, Norte y Sur,  porque están más al descubierto, perdiendo casi toda esperanza de encontrar  algo significativo en la zona Este, por su destrucción, en este caso, debido a  las labores de cantería. Aún así los restos de la zona Sur superan en algunos  casos los 3 metros de altura, lo que nos lleva a una visión más optimista de  futuros estudios de esta muralla que se conforma con una serie de bastiones de  un diámetro en su base circular de unos 2 metros y que va disminuyendo conforme  aumenta su altura. Estos torreones circulares serían característicos de esas  novedades macedónicas que ya hemos apuntado.
      En la zona más elevada y occidental encontramos un doble  recinto amurallado que podría actuar como una especie de acrópolis interna,  pero no podemos apreciar ninguna estructura de hábitat contemporánea a la  construcción de la muralla, sólo encontramos restos en la terraza superior, con  dos habitaciones de planta cuadrangular y un suelo de opus caementicium. Debemos  pues seguir a la espera de nuevas excavaciones que puedan sacar a la luz nuevos  y significativos restos de habitación. 
      La perduración del yacimiento de Los Castillejos queda  además evidenciada por el número de necrópolis con las que contó, elevándose su  total hasta tres (por lo que hoy conocemos), y que nos ofrecen materiales con  una continuidad hasta época iberorromana (Figura  3). El estudio en profundidad de estas necrópolis puede iluminarnos el  conocimiento de alguno de los factores conformadores de la religiosidad de la  población ibérica del hábitat: sus dioses, sus mitos o sus sistemas rituales.  Aunque esta investigación es bastante compleja para todo el mundo ibérico por  la tremenda falta de datos, se han llevado a cabo algunos proyectos interesantes  a la hora de asociar ajuares y estructuras sociales a través de la “Arqueología  de la Muerte”(12).
      La necrópolis más amplia sería la A(13),  situada en una suave loma que está separada de Los Castillejos por una vaguada  de unos 300 metros y que tiene una extensión de unos 700 metros en una pequeña  pendiente. A pesar de que tenemos escasa información en nuestro poder, hasta  nuevas excavaciones, sabemos, por el expolio realizado, que se encontraron  tumbas enteras con urnas de incineración, ungüentarios, platos y elementos de  guerrero como falcatas, puntas de lanza, etc. De esta necrópolis encontramos en  el Museo de Teba varias urnas de piedra, una de ellas con tapa.
      La relevancia de esta necrópolis radica en evidenciar la  existencia de una oligarquía guerrera en el oppidum que buscaba enterrarse  rodeada de los elementos que simbolizan su posición dentro del grupo. También  encontramos otro elemento de importancia: la aparición de un Kylix(14) ático de barniz negro, que nos remite quizás a redes de hospitalidad entre oligarquías  que utilizarían el intercambio de este tipo de bienes de prestigio como forma  de asegurarse una posición con respecto a los otros grupos oligárquicos.
   
  La segunda necrópolis, la B, se ubica en la zona opuesta  a la anterior pero aunque no podemos especificar su extensión exacta, en ella  se encontró una de las piezas clave del Museo de Teba y un bello ejemplo de escultura  zoomórfica íbera: el Carnero en Reposo de Teba. No es habitual encontrar dentro  de los rituales funerarios ibéricos a un carnero aislado, sino que suele formar  parte de conjuntos escultóricos. Otros ejemplos de carneros, como símbolo  guerrero y de fecundidad en el mundo ibérico, podemos verlos en yacimientos de  Jerez de la Frontera, El Coronil, Osuna y Córdoba; pero todos ellos se han  venido interpretando como parte de grupos escultóricos que se darían desde el  siglo III a.C. hasta época augustea. Esta horquilla cronológica tiene algunas  excepciones como el grupo de Porcuna que se ha fechado en el siglo V a.C.
      Generalmente el animal que más se representaba en los  ritos funerarios ibéricos era el león, siendo el carnero su víctima, así que  podemos plantearnos la posibilidad, a la espera de nuevos datos de futuras  excavaciones, y pese a la osadía del intento de pretender acercarse a un ritual  religioso ibérico, de que quizás el Carnero en Reposo no formara parte de un  grupo escultórico que ensalzara el valor de un guerrero, sino que apareciera solo,  como victima sacrificial de algún tipo de ritual religioso realizado en Los  Castillejos, ya que ejemplos parangonables de carneros como victimas  sacrificiales se han encontrado también en La Guardia de Jaén y en Estepa.
      Para el conocimiento del universo religioso de Los  Castillejos ésta última necrópolis ha proporcionado los materiales más  interesantes ya que de la necrópolis C prácticamente no sabemos nada, sólo de  su existencia por la tradición oral y por el hallazgo de algunos elementos en  superficie. 
      Tanto el tipo de ajuar encontrado en la necrópolis A como  la escultura zoomorfa de la necrópolis C, deben ser entendidos dentro del  proceso de formación y asentamiento de las nuevas oligarquías del siglo IV a.  C., herederas de esas otras aristocracias “principescas” de los siglos VI y V  a. C., que necesitaron dotarse de un componente ideológico de superioridad  transmitido a través de esos “ritos cívicos”, o si se prefiere “públicos”, que  debieron desarrollarse durante los enterramientos. Es en este contexto de  cambio social donde toman pleno sentido los enterramientos con ajuares de  carácter bélico y la utilización de escultura de gran tamaño como el Carnero en  Reposo que perfectamente pudo pertenecer, como apuntabamos,  a un conjunto escultórico, quizás al modelo de  Porcuma, donde miembros de una aristocracia guerrera entran en contacto directo  con elementos fantásticos, como los grifos, asociándose por ende a un mundo  alejado para el resto de los mortales, el mundo de los héroes. 
      Para autores como Aranegui(15) será  precisamente en el siglo IV a.C.  cuando se produzca un traslado de los elementos religiosos representativos de  las diferencias de estatus de las necrópolis a los santuarios. Esta afirmación  ha de ser matizada por la dinámica propia de los lugares de culto del mundo  íbero y con el hecho de que la tesaurización de las tumbas es un factor que se  mantiene hasta época plenamente romana.
      Tenemos pues evidencias de esa religiosidad asociada al  mundo funerario en Los Castillejos, pero dentro de ese proceso de conformación  de una religiosidad “cívica/pública”, un oppidum de su envergadura debió tener también  un lugar de culto conforme a su importancia; un santuario. Este silogismo  disyuntivo aparentemente evidente, no tiene cabida per se en el estudio de la religiosidad dentro del mundo ibérico ya  que no podemos dar por sentada la paralelización entre la importancia política  y la influencia territorial de un asentamiento con la irradiación de su lugar  de culto. Dicha irradiación sólo podrá ser estudiada a través de la cantidad de  exvotos que se encuentren, dando su número y calidad el grado de influencia de  dicho lugar de culto sobre su hinterland. Ante esto de nuevo tenemos las manos  atadas por la falta de datos.
      Otro elemento ejemplificador del cuidado que hay que  tener a la hora de asociar los santuarios ibéricos a la imagen clásica de lugares  de culto, con una infraestructura arquitectónica concreta, es el hecho que los  santuarios con elementos arquitectónicos notables son sumamente extraños en el  mundo ibérico, como demuestra la perduración hasta época posterior al asentamiento  romano, de una religiosidad centrada en las cuevas. Cuevas que apenas eran  modificadas por la acción antrópica. Zonas que han podido ser calificadas como  santuarios por la aparición de “pebeteros” (optamos por no entrar en la  discusión si representan a Demeter, a Tanit, o a una auténtica diosa indígena) o  de representaciones de una especie de divinidad protectora de los équidos (Magón,  Balones, Sagunto, Villaricos, Llano de la Consolación, etc), no por su  fisonomía arquitectónica.
      Fue de tal importancia esa religiosidad no urbana que  lugares de culto típicamente rurales adquirieron a posteriori una cierta  importancia como santuarios territoriales (Collado de los Jardines, Castellar  de Santisteban, Cerro de los Santos….). No sabemos si hasta el punto de llegar  a eclipsar a los lugares cercanos de hábitat, como ocurrió para el mundo  clásico con algunos santuarios como el de Delfos (salvando las distancias claro).
      Dada entonces la dificultad a la hora de poder localizar  un santuario ibérico ¿qué nos ha llevado a plantearnos la posible existencia de  uno en el Cerro de Los Castillejos? La respuesta es el intento de encontrar un ambiente  simbólico en el que pasarán a cobrar su auténtico significado piezas como la  del Carnero en Reposo o una serie de figurillas que fueron localizadas de forma  casual por parte de D. José Camarena Florido a lo largo de más de diez años, en  la zona especificada en la Figura 4, y que se encuentran dentro de la exposición permanente del Museo Histórico Municipal  de Teba.
      

      -Figuras 5 y 6- 
      Forma parte de esa colección de figurillas (un total de  cuatro) una pieza de clara raigambre orientalizante (Figura5) que fue encontrada en el año 2002. La pieza está  realizada en bronce y se configura por dos caras contrapuestas, casi idénticas.  La fisionomía de ambas caras, indica su origen tipológico oriental, hecho que puede  constatar, nuevamente, la existencia de la red comercial con los grupos  fenicios de la costa. También nos sirve, quizás, esta pieza para evidenciar la pragmática  de teorías como la de Llobregat(16) que defiende la existencia de un sustrato orientalizante que proporcionaría los  prototipos necesarios, a través de bienes del arte mueble, en marfil, hueso o  bronce, de un universo iconográfico que después seria utilizado por la  escultura en piedra de mayor tamaño.
      No obstante esta pieza, que se encuentra fracturada por  sus dos extremos, dado su hipotético carácter de fruto de la importación, no  resulta tan útil para el estudio de la religión autóctona como otra pieza que  se encontró en el año 2000 (Figura 7).  Ésta, de menor tamaño que la anterior, es una figura antropomorfa que,  lamentablemente, también se encuentra fracturada, y sólo conservamos la cabeza,  que no muestra, a priori, elementos tipológicos exógenos. Creemos que puede  interpretarse como un exvoto antropomorfo perteneciente al contexto religioso  de Los Castillejos.
      

      -Figuras 7 y 8- 
      A pesar de que somos plenamente conscientes de que no se  puede establecer obligatoriamente una correlación entre la tipología de los  exvotos hallados en un yacimiento con la deidad a la que fueron dedicados(17),  y a que se ha afirmado por parte de algunos autores , que una de las  características de los santuarios ibéricos es la ausencia de imágenes figuradas  de culto, dada la tendencia aníconica de la religiosidad ibérica, optamos por adherirnos  a otra afirmación de estos mismo autores de que no se practicaba una  “aniconismo excluyente”(18) sino que podían darse las representaciones de divinidades aunque no como objeto  central del culto. A esto se une el hecho de que nos estamos moviendo ya en un  ambiente de Iberismo Pleno, en donde el sistema de representación escultórica  es ya una realidad plástica.
      Sería en este contexto de posibles representaciones de  divinidades dentro del Iberismo Pleno o Tardío, no en momentos anteriores,  donde hemos enmarcado la aparición de otro elemento figurativo hallado en el  Cerro: la figura a la que nos estamos refiriendo es una cabeza marmórea que se  encontró aproximadamente en el año 1995 (Figura  7) y que corresponde a una cabeza humana. Lamentablemente la escultura se  encuentra en un estado bastante deteriorado. No sabemos si dicho deterioro es  producto del devenir del tiempo y las adversidades físicas o quizás su  lamentable estado venga de antaño, dentro del proceso de destrucción de  esculturas que se produjo en la transición entre el siglo V y el IV a.C., ya  que aunque, como hemos explicado, es a partir de ese mismo siglo IV a.C. cuando  se observa un auge de la mayoría de los lugares de culto, se producen  alteraciones en los mismos como consecuencia de las convulsiones que afectaron  al mundo indígena a finales de ese siglo V a.C.. Un ejemplo paradigmático de  ese fenómeno sería el incendio de Cancho Roano que fue piadosamente cubierto de  tierra y transformado en un túmulo a principios del siglo IV(19).
      La osadía de plantearnos la posibilidad de encontrarnos  frente a frente con la posible representación figurada de una deidad ibérica, quizás  sea un poco menor si pasamos a comparar la cabeza marmórea con otra figura que  se ha encontrado recientemente, casi diez años después de la que venimos  analizando, y que aún no ha sido objeto de estudio por parte de ningún  investigador (Figura 8). Estudio que  consideramos del mayor interés dado que las hipótesis que venimos exponiendo no  podrán ser defendidas de forma consecuente hasta que no se produzca un análisis  sistemático en profundidad del Cerro de los Castillejos.
      Ésta es una pieza de plomo, exteriormente bastante corroída  al encontrarse en el cauce de un arroyo seco, muy cerca de donde se localizaron  las otras figuras. Si la comparamos con el primer hallazgo (Figuras 9 y 10) podríamos preguntarnos si nos hallamos ante la representación  sistemática de algún tipo de dios con rasgos antropomorfos, que pudo ser  venerado en el Cerro de los Castillejos y que quizás nos ponga sobre el aviso de  la localización, en este lugar, de un santuario ibérico, con la existencia de  una divinidad a él adscrita.  Posibilidad  que sería de gran interés para el estudio de la religión ibérica que siempre se  ha caracterizado por una serie de inconvenientes tales como el hecho que los  autores clásicos que tratan la Península Ibérica (Avieno, Polibio, Plinio el  Viejo, Estrabón, etc.) no nos legaran grandes datos sobre la religión ibérica, a  la par, que la arquitectura cultual no resulte evidente en el registro  arqueológico. Por ello tendremos que centrarnos en el análisis de la  representación escultórica de estas posibles divinidades para intentar  acercarnos al conocimiento de los factores conformadores de dicha religiosidad  para, en un paso más allá, intentar comprender su funcionalidad, quizás  legitimadora, en el seno de las sociedades que la practicaron.
      

      -Figuras 9 y 10- 
      Esta cuestión no es un tema baladí, ya que desde sus  orígenes se ha visto reducido a posiciones absolutas y enfrentadas como muestran  los trabajos de P. Paris(20) que cita a micénicos y fenicios en un primer momento y posteriormente a griegos  como inspiradores de este tipo de manifestaciones escultóricas; o como Carpenter(21) y Bosch Gimpera(22) que  defendieron la dependencia griega para la escultura. Estas teorías se matizaron  por autores como Blanco(23) que defendieron que esos influjos helenos se verían matizados por las  influencias fenicio/púnicas conforme nos acercábamos a la zona del sur  peninsular. La interpretación de la escultura ibérica, por tanto, ha oscilado desde  posiciones nacionalistas, que la dotaban de un marcado carácter hispano, hasta  esas otras posturas de clara dependencia conforme a prototipos clásicos, dentro  de una cosmovisión panhelenística que sufriría un proceso de evolución en su  propio seno hacia el mundo romano.
      Los estudios sobre la escultura ibérica están  intrínsicamente unidos a los estudios sobre religión y durante mucho tiempo, ya  fuera desde una óptica helena o fenicia, siempre se asoció a elementos  foráneos. Nosotros consideramos bastante más acertadas hipótesis como las de  Torelli(24) en la que se les otorga a los griegos la introducción de la práctica  escultórica, pero tremendamente condicionada por el periodo previo  orientalizante. Y, añadiríamos, que todo ello adaptado al imaginario colectivo  de los pueblos indígenas. Es más, creemos necesario ir un poco más lejos, como  ya hemos dicho, y analizar cómo esta escultura es el reflejo religioso de una  forma de organización política y de una articulación social concreta. Por ello  el hecho de que se utilizara la expresión escultórica desde el siglo VI a.C.  hasta enlazar con época romana, debe de analizarse como un medio ideológico al  servicio de una elite dominante.
  Mucho es lo que aún nos queda por saber sobre la religiosidad de estos  pueblos íberos y aún más nos queda por conocer de la representación de la posible  divinidad ibérica que en este trabajo exponemos. Así,  por ejemplo, nos podemos preguntar hasta qué  punto era venerada esta deidad o si únicamente se le rendía culto en el Cerro  de los Castillejos.  Estos interrogantes pueden  relacionarse, también, con la reciente publicación de un libro de D. Francisco  Ortiz Lozano(25) en el que se incluye la fotografía de una escultura (Figura 11) con bastantes semejanzas morfológicas con las encontradas  en Teba y en un contexto geográfico cercano. ¿Nos encontramos en ambos casos  ante la misma posible divinidad? Esta escultura, con todas las precauciones que  han de tomarse ante las piezas sin una trama arqueológica precisa, es un  ejemplo paradigmático de los problemas a los que se ha visto abocado cualquier  estudioso que haya intentado acercarse al mundo religioso íbero, en este caso  la falta de un concreto encuadre cronológico y espacial. 
      

      -Figura 11- 
      
       Quedan bastantes preguntas en el aire una vez bosquejada  la posible existencia del santuario ibérico del Cerro de los Castillejos:  ¿Estamos en todos los casos ante el mismo dios? ¿Cuál era su lugar principal de  culto? ¿Tenía asociado una mitología propia? ¿Y un ritual?. La mayoría de estas  preguntas continuaran flotando en el aire hasta que futuras excavaciones  desvelen datos que a forma de sólidas pesas las acerquen a la tierra, donde  volveremos a recogerlas para un mejor estudio. 
       
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          1 BERDUGO ROMERO, JOSE.,  “Contextualización de las piezas adscritas a la Prehistoria en la exposición  permanente del Museo Municipal de Teba”, Trabajo  del segundo año de Doctorado, Departamento de Prehistoria de la Universidad  de Málaga. Inédita.
         
        
          2 FERRER PALMA, J. E. y  MARQUES MERELO, I., “El Cobre y el Bronce en las tierras malagueñas” en Homenaje a Luis Siret (1934-1984).  Sevilla, pags. 251-261.
         
        
          3 AUBET SEMMLER, M.E.,  “Cerro del Villar, Guadalhorce (Málaga). El asentamiento fenicio y su  interacción con el hinterland.”, en Investigaciones  Arqueológicas en Andalucía 1985-1992. Proyectos. Huelva, pags. 471-479.
         
        
          4 GARCÍA ALFONSO, E.,  MARTINEZ ENAMORADO, V., MORGADO RODRÍGUEZ, A., El Bajo Guadalteba (Málaga): espacio y doblamiento. Una aproximación  arqueológica a Teba y su entorno.  Málaga: Ayto. de Teba y Diputación Provincial  de Málaga, 1995, 358 pags.
            MEDIANERO SOTO, F.  J., CANTALEJO DUARTE, P. y otros, “Intervención arqueológica de urgencia en el  entorno de la plataforma de Peñarrubia (Campillos, Málaga) en Mainake. Colonizadores e indígenas en la  Península Ibérica. Málaga: Cedma, 2002, pags. 375-386.
         
        
          5 PELLICER CATALÁN,  M.  “El Bronce reciente y los inicios del  Hierro en Andalucia occidental” en Tartessos.  Arqueología protohistórica del Bajo Guadalquivir. Sabadell, 1989, pag. 165.
         
        
          6 AGUAYO DE HOYOS, P. y  otros. “El yacimiento pre y protohistórico de Acinipo (Ronda, Málaga): un  ejemplo de cabañas del Bronce Final y su evolución” en Arqueología Espacial, nº 9, 1986, pags. 33-58.
         
        
          7 GARCÍA ALFONSO, E.,  MARTINEZ ENAMORADO, V., MORGADO RODRÍGUEZ, A., El Bajo Guadalteba (Málaga): espacio y doblamiento. Una aproximación  arqueológica a Teba y su entorno.  Málaga:  Ayto. de Teba y Diputación Provincial de Málaga, 1995, 358 pags.
         
        
          8 RECIO RUIZ, A.,  “Formaciones sociales ibéricas en Málaga” en Mainake. Colonizadores e indígenas en la Península Ibérica. Málaga:  Cedma, 2002, pags. 35- 81.
         
        
          9 Para el estudio de la  articulación de territorio en época ibérica tenemos los trabajos de Ruiz y  Molinos.
         
        
          10 MACROBIO, Saturnales I, 20, 12.
         
        
          11 RECIO RUIZ, A., “Los Castillejos de Teba (Málaga). Un recinto  fortificado del Ibérico Pleno” en Simposi  Internacional d´Arqueología Ibérica. Manresa, 1991, pag. 305. 
         
        
          12 CHAPA BRUNET, T., “La “Arqueología de la Muerte”: planteamientos,  problemas y resultados”, en Fons  Mellaria. Curso de Verano 1990: Arqueología de la Muerte: Metodología y  Perspectivas Actuales. Cordoba, 1991, pags. 13-38.
         
        
          13  Seguiremos para la  denominación de las necrópolis las usadas por los arqueólogos en la campaña de  1993.
         
        
          14 MARTIN RUIZ, J.A. y  otros, “Griegos en Málaga. Hallazgos, dispersión y problemática actual” en Revista de Arqueología, nº 133, pags.  32-37.
         
        
          15 ARANEGUI GASCÓ, C., “El círculo del SE. Y el comercio entre  Iberos y Griegos” en Iberos y Griegos:  Lecturas desde la diversidad. Huelva  Arqueología. Huelva, 1994, nº 13, 1, pags. 297-318. 
         
        
          16 LLOBREGAT, E., “Vías de formación de los modelos  iconográficos  de la escultura ibérica en  el Pais Valenciano” en Homenaje al Doctor  Sebastiá García Martínez. Valencia: Generalitat Valenciana y Consellería de  Cultura, Educació i Ciencia, 1991, pags. 53-62.
         
        
          17 COMELLA, A. "Tipologia e difusione dei complessi votivi in  Italia in epoca medio- e tardo-repubblicana. Contributo alla storia  dell'artigianato antico". MEFR. 93, 1981, pags. 759-762
         
        
          18 MARÍN CEBALLOS, Mº C., “La representación de los dioses en el mundo  ibérico” en LVCENTVM XIX-XX.  Universidad de Alicante, 2000-2001.
         
        
          19 DOMINGUEZ MONEDERO, A. J., “Religión, rito y ritual durante la  Protohistoria peninsular. El fenómeno religioso en la cultura ibérica” en Ritual, Rites and religión in Prehistory.  Oxford, 1995, pags. 21-91.
         
        
          20 PARÍS, P., 1903: Essai sur l'art et l'industrie de  l'Espagne primitive. 2  vols. Paris.
         
        
          21 CARPENTER, R., 1925: The Greeks in Spain.  Bryn-Mawr. Londres-Filadelfia.
         
        
          22 BOSCH GIMPERA 1928 "Relaciones entre el arte ibérico y el  griego". Archivo de Prehistoria Levantina I: 163-177.
         
        
          23 BLANCO 1960 "Orientalia II". Archivo Español de  Arqueología XXXIII: 3-43.
         
        
          24 CHAPA BRUNET, T., “Algunas reflexiones acerca del origen de la  escultura ibérica” en Revista de Estudios  Ibéricos 1. Madrid, Universidad Complutense, 1994, pags. 43-59.
         
        
          25 ORTIZ LOZANO, F. Historia  del Valle de Ardales I. paso natural, vía y  puente entre la costa malagueña y el interior bético. Ardales, 2005. 
         
       
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