Una mañana de otoño en el Cerro de los Castillejos

Pocos lugares te despertarán tantas emociones encontradas como las que podrás sentir en el asentamiento íbero del Cerro de los Castillejos. Y ello es así porque subir a este lugar te implicará dos tipos de sensaciones: la emoción por estar en un lugar majestuoso que sirvió de morada a los reyes de un remotísimo estado prerromano y la desazón por ver el lamentabilísimo estado a que el tiempo, la dejadez de las autoridades y el expolio de algunos particulares han sometido sus venerables piedras. El día que decidas subir (te recomendamos el otoño por las menor presencia de matorral, de insectos y de calor) hazlo por la cantera y sigue siempre la dirección oeste (guíate por el famoso torreón medieval que verás al fondo). Cuando, tras pasar una caseta cuadrada de piedras, llegues a una pequeña meseta habrás llegado al recinto amurallado. Camina hacia la izquierda (buscando el sur) y si tienes buenas piernas y buen calzado baja hasta la línea de murallas y recórrelas hasta que llegues al extremo oeste. Te aseguramos que verás ejemplos incomparables de cómo construían los íberos las defensas que tanto trabajo costó tomar a cartagineses y romanos. Cuando llegues al final no te vuelvas: cruza el terreno de labor en dirección suroeste buscando un ligero promontorio que verás frente a ti. Alcánzalo y no te deprimas demasiado: sí, aquel terreno agujereado, horadado, destruido es la necrópolis principal de los Castillejos, devastada y abandonada impasiblemente en las últimas décadas, ante la dejadez de quien podía hacer algo y no lo hizo y ante el dolor de los que sentíamos que nos arrancaban las raíces de nuestros más remotos antepasados. Reflexiona un poco sobre eso y vuelve al recinto. Sube a la atalaya del oeste (allí debieron vivir sus reyes) y cuando llegues a lo más alto (justo 609 metros del altura) asienta bien tus pies y gira muy despacio y en círculo oteando el horizonte ...tanto si eres tebeño como si no, comprenderás por qué los que hemos nacido en esta bendita tierra podemos sentirla tan adentro. No tengas prisa y descansa allí un buen rato. Cuando decidas bajar hazlo por la muralla norte, la peor conocida. Aunque en menor medida, también allí podrás comprobar la fortaleza de la poliorcética íbera. Al llegar al coche reflexiona sobre lo que vistes y guárdalo bien en tu memoria para contarlos a cuantos amigos puedas. Por supuesto, de regreso no dejes de visitar las ventas que jalonan el recorrido hasta el pueblo (Verita, El Cordobés, Morgan, etc.) porque así también se defiende el patrimonio.