XV ANIVERSARIO DEL MUSEO HISTÓRICO MUNICIPAL DE TEBA


LA NOCHE MÁS LARGA… QUINCE AÑOS DESPUÉS (POR EDUARDO GARCÍA ALFONSO)

Cuando iniciamos un proyecto que se prevé largo, muchas veces no somos conscientes de que el tiempo tiene la mala costumbre de no detenerse. Pasan los meses, incluso los años, vamos haciendo otras cosas, otros asuntos demandan nuestra atención, las fechas que marcan el calendario vuelven una y otra vez, pero el tiempo tiene la cita anotada en su agenda y, finalmente, llega el día en que se produce el encuentro.

Así sucedió cuando surgió la idea de hacer en Teba un Museo Municipal que superase la precariedad de la vieja sala arqueológica que, con mucho cariño y voluntad, había atesorado y cuidado el Ayuntamiento y el vecindario desde muchos años atrás. Empujes, parones, acelerones… reuniones productivas y fallidas, promesas y desengaños… amistad, colaboraciones intensas y desdén… De todo hubo en la gestación del Museo, pero ante todo fue la voluntad, tanto de personas que ocupaban entonces cargos públicos como de ciudadanos movidos por el amor por su patria chica y su historia, la locomotora que impulsó este tren hasta su estación realmente de partida, que fue la inauguración del Museo. Algunos hubo que llegamos de fuera y nos encontramos con el entusiasmo de un montón de personas, que debió ser contagioso, porque era muy difícil sustraerse a aquellas emociones. Una comunidad de la Andalucía rural, que rechazando ser seducida por los cantos de sirena de la lluvia de dinero que prometían los nuevos “gurus” de la gestión y los proyectos “europeos”, apostó por un desarrollo local de verdad, por un proyecto enraizado en la sociedad, en una red cooperativa y en la voluntad de personas para las que la palabra dada tiene más valor que un papel firmado y sellado con todos los oropeles y rodeado de fanfarria. Ahora que el tiempo ha pasado, se ve que la fuerza que tenía aquel entusiasmo, que no ha decaído en absoluto, porque lo que está bien enraizado en la tierra y en la sociedad difícilmente se echa a perder.

Si hay alguna palabra que defina lo que fueron aquellos días previos a la inauguración del Museo Histórico Municipal de Teba me viene a la memoria aquel viejo bolero. No era ansiedad, sino frenesí. Todos los grandes obstáculos se habían superado: las viejas cocheras del Ayuntamiento se habían convertido en un espacio nuevo para albegar las piezas tras una obra de varios meses, las vitrinas “made in Teba” estaban instaladas, la iluminación estaba ya operativa… Pero quedaba todavía mucho, a falta de unos pocos días. Las piezas ya restauradas estaban dispersas por el espacio del museo, empaquetadas en el suelo o metidas en las vitrinas como improvisados baúles de cristal, al igual que los paneles que resumían la historia de Teba, apoyados en las paredes. Lo mismo pasaba con los decenas y decenas de rótulos de piezas, que más parecía una montón de fichas de dominó que habría que buscar una a una. Las ventanas estaban todavía sin poner. Y quedaban solo cuatro días… con sus noches.

-Todos a una para ultimar los detalles. El momento de poner las ventanas es descrito por el autor-

La colocación de las piezas más pesadas fue la tarea más difícil, por el propio tonelaje de las piezas. Hubo una verdadera recreación de lo que sería un trabajo de transporte “a la romana”, moviendo los grandes pedestales mediante palancas, maderas y fuerza humana. Taladros en paredes, repaso de pintura, colocación de paneles. Errores en la ubicación de piezas, rótulos que faltaba y que había que imprimir y cortar a toda prisa. En aquel entonces no había las mini-impresoras actuales y los móviles no eran pequeños ordenadores de bolsillo. Había que recurrir a la imprenta, enviar mensajes al dictado por teléfono y hacerlo en horas de oficina.

Se terminaba de trabajar muy muy tarde y para algunos que pensabamos que regresar a Málaga a dormir, acabamos sucumbiendo a los “lujos” del Hostal Sevillano, de memorable recuerdo.

La última noche fue realmente, como se dice ahora, espectacular. La curiosidad de los vecinos iba en aumento conforme pasaban los días. Personas que no terminaban de creerse que el Museo Histórico Municipal fuera a ser una realidad y acudieron a los bajos del Ayuntamiento para verlo con sus propios ojos. La suma de colaboradores fue ingente, como empresa colectiva de todo un pueblo, hubo momentos donde la afluencia era máxima y el movimiento incesante. El personal de limpieza del Ayuntamiento haciendo horas extras porque todo tenía que estar a punto para el día siguiente, cuando desembarcarían en Teba personajes muy principales para asistir al acto de inauguración. La villa y su recién estrenado Museo tenían que lucir sus mejores galas.

El cierre definitivo de cada una de las vitrinas del Museo constituyó un pequeño ritual. Repaso de rótulos, asegurar piezas, buena dosis de “cristasol” para que desaparecieran las huellas de los dedos y la típica mota de polvo donde más se veía, entre un vaso cerámico y una pieza de metal, pidiendo a gritos un plumero. Una vez todo conforme, se procedía al cierre de la vitrina con su correspondiente llave numerada, entre los aplausos de la concucurrencia, entregándoselas al recién estrenado Director del Museo, Antonio Morgado Rodríguez, para guardia y custodia de un patrimonio de toda la comunidad.

Pero nunca podré olvidar el momento de máxima tensión de aquella noche. La carpintería de las ventanas no llegaba, pese a las promesas, prórrogas y ruegos. Toda la historia de Teba quedaba separada de la calle por una sencilla reja de hierro, sin cristal ni postigos que preservasen aún simbólicamente la memoria de un colectivo. Y la inauguración era cuestión de horas. Intercambio de llamadas, “síes”, “estoy terminando”, “voy para allá”. La llegada de las ventanas fue una mezcla entre festejo y recriminación, pero quedémonos con lo bueno: estaban ahí y eso era lo importante. Taladro, martillo, golpes, ruido intenso de perforación que rompían aquella noche de Teba, donde lo que menos hubo fue silencio, aunque el reloj marcaba las 2 de la madrugada del mismo día de la inauguración.

Pero no todo había terminado, quedaban pequeños detalles, flecos, cosas nimias, pero que también tenían su importancia, en una labor donde se había cuidado el detalle al máximo. Y mientras, el personal de limpieza que no paraba de pasar la fregona. Por fin… llegó el momento: hemos acabado. Reunión de mucha gente en el espacio central del Museo, bautizado espontáneamente como la “plaza de toros”, cuyo centro era ocupado por el “Pedestal de los Erotes”. A las 5 de la madrugada, cansancio y sueño, pero sobre todo satisfacción. Apertura de cervezas y botella de vino tinto, de tortilla de patatas, de buen queso y embutido de Teba, aderezado con un pan que sabía a gloria, no porque estuviera hecho por ángeles, sino porque era el premio a la labor cumplida y a la fidelidad a la palabra dada. Un momento inolvidable, por muchas cosas buenas y malas que vengan. El colofón fue cuando uno de los asistentes subió al “Pedestal de los Erotes” cual estatua que en su día albergó y desde allí alzo el brazo en actitud de ad locutio como un renovado emperador romano arengando a sus tropas. Todo bajo la atenta mira de un Tiberio que se había visto relegado a un lugar museográficamente menos destacado. Dos mil años después de muerto, otro improvisado “Augusto” le había vuelto a colocar de segundón. Desgraciada su suerte…

 

-Uno de los momentos narrados. Cansados pero felices por la conclusión de los trabajos-